lunes, 1 de noviembre de 2010

Un otoño cualquiera.

Sus ojos color avellana y su dulce sonrisa era lo que más me gustaba de él. Podía ver como me seguía con la mirada, mientras, me sonreía y me envolvía su felicidad. Yo soy feliz, porque tú eres feliz, le dije una vez. Deberíamos ir a buscar la felicidad juntos, me decía él. En esos momentos, sentía que unas mariposas revoloteaban dentro de mí como si se tratase de un día de primavera, pero aún era otoño. Un otoño como otro cualquiera, en el que las hojas de los árboles caían y las calles se llenaban de agua de lluvia. Deseaba que la lluvia cesara, para poder ver el arco iris que me esperaba después de la tormenta.


Me hacías sentir algo especial, algo diferente. Algo único. Aunque eso no importaba. Tú ya tenías otros planes con tu media naranja. A veces, sentía que tú eras la mía. Y sí, lo eras. Y lo seguirás siendo. SIEMPRE. Pero, supongo que tendré que conformarme con una media mandarina. Se me encogía el corazón al pensar en todas las razones por las que no podíamos estar juntos. Sentía como caían mis lágrimas sobre mis mejillas hasta desaparecer en mis labios. Y así, hasta que se secaran del todo. Entonces me preguntabas que me pasaba. Y yo te contestaba algo sin sentido:



Lloro por todo y por nada. También lloro por todas esas personas que sufren por desamor.





¿Eres tú una de ellas? Entonces llora conmigo, amigo mío.

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